La cuenta regresiva al Mundial 2026 ya arrancó. Oficialmente, claro, porque en los hechos esto ya es mucho más que fútbol: es política, imagen, poder, territorio y posicionamiento global. Este 11 de junio, la FIFA dio el banderazo a un evento que tiene a México, Estados Unidos y Canadá como anfitriones, pero —seamos honestos— la cosa en México es la que realmente nos importa. Y lo que vimos esta semana fue el mejor termómetro para medir quién está metido en serio en la jugada… y quién apenas llegó al calentamiento.
Mientras la FIFA se limitó a lanzar un video de Gianni Infantino y activar los relojes oficiales en varias ciudades, la verdad es que las ceremonias en Estados Unidos y Canadá pasaron casi desapercibidas para el público mexicano. Ni eco, ni cobertura, ni entusiasmo. Acá los reflectores estuvieron puestos totalmente en lo que ocurría dentro de nuestras fronteras, y ahí el contraste entre sedes fue brutal.
El Gobierno federal decidió —como desde hace meses— mantenerse al margen y dejarle la chamba a Gabriela Cuevas como enlace con FIFA y a los gobiernos estatales la organización local. Por eso no vimos a la presidenta Claudia Sheinbaum en los actos oficiales, sino a los representantes de cada sede: Clara Brugada en CDMX, Pablo Lemus en Guadalajara y Samuel García en Monterrey. Y aquí es donde la cosa se pone buena, porque cada quien mostró el músculo —o la falta de él— a su manera.
En Ciudad de México, el evento fue casi un trámite. Un acto breve, desangelado, digno de una conferencia de prensa, donde el reloj apenas logró ver la luz porque hasta la cortina se trabó en el momento estelar. Poco ambiente, cero convocatoria ciudadana y sí, mucho meme. Así arrancó la capital, donde el eterno problema sigue siendo el Azteca: remodelación lenta, obras con retraso y la duda creciente de si realmente estará listo para el primer trimestre de 2026. La joya del Mundial mexicano sigue siendo la gran incógnita.
Zapopan, por su lado, intentó hacer lo propio con Pablo Lemus al frente. Pero el evento quedó chico, sin mucha proyección, con un DJ como animador (Bautista, para más señas), y con la sensación de que el Estilo Jalisco, si quiere proyectarse nacionalmente o incluso dentro de su propio partido, debería levantar el teléfono y pedirle algunos tips a Samuel. Porque en política, como en fútbol, el espectáculo también cuenta.
Y entonces llegó Monterrey. Samuel García volvió a demostrar por qué es el político del show. Más de 70 mil personas abarrotaron el Parque Fundidora para encender el reloj “Ponte Nuevo León”, en un evento masivo, con Grupo Frontera sobre el escenario, Mariana Rodríguez liderando la porra, y el león rampante iluminado como sello de identidad regiomontana. Todo medido, todo planeado, todo para enviar el mensaje: en Nuevo León están listos para jugar en ligas mayores. Samuel no encendió un reloj, encendió a su gente.
Pero el golpe de fondo es otro: mientras el Azteca sigue a martillazos, entre dudas sobre si realmente estará listo, batallas legales con los dueños de los palcos y obras a marchas forzadas para llegar a junio de 2026, el estadio BBVA del Monterrey ya está terminado y operando al nivel de un estadio de ligas europeas. Es el más moderno, el más funcional y el único que no depende de plazos de obra, licencias atoradas ni sobrecostos. Cuando arranque el Mundial, la FIFA tendrá muy claro qué sede proyecta mejor la imagen de México ante el mundo. Y eso, al final, es lo que realmente está en juego.
Al final, estos actos no son sólo el inicio de la cuenta regresiva. Son también un retrato político de cómo se está jugando este Mundial en México. Samuel se llevó la goleada; Lemus empató con poco público; y la capital, sinceramente, ni entró a la cancha. Si así arrancan los preparativos, no es difícil imaginar cómo se verá cada sede cuando finalmente ruede el balón.
